¿Qué nos falta en México para progresar?

A mí y a muchos como a mí nos falta la tranquilidad que viene de la legalidad.
18 Marzo, 2018

 

La legalidad es un estado de cosas muy particular; si no alcanza a regular a todos, no puede proteger a nadie. No admite grado, existe o no.[1]

 

Con motivo de mi ocupación profesional he tenido la oportunidad de viajar muchos años y conocer a muchas personas en ciudades distintas, en muchos países de diversos continentes; en ello, entre muchos otras cosas, he sido privilegiado, lo sé. Estos privilegios que la vida me ha dado me obligan a varias cosas: a reconocerlo, a agradecerlo y a hacer algo con ello (vivo agradecido con la vida y aquí trataré un poco de hacer esto último).[2]

Hace apenas unas semanas me encontraba desayunando en lindo café de una ciudad europea (no importa cuál) y me dediqué a observar a la gente a mi alrededor; algunos que entraban y salían con un café de camino a su trabajo (yo supongo), otros más que se lo tomaban, como apurados, en la barra y otros que, como yo, se sentaban con calma y desayunaban bien.

Me parece que en común tenían una cosa: les iba bien en la vida, les iba bien en esa ciudad, en ese país. Les iba (y les va bien) con esos trabajos y esas familias que tienen (o que no tienen). Y me lo parece así, porque a las muchas gentes que he tenido ocasión de conocer y tratar, e incluso de hacer amistad, les va bien. Les va bien en esas ciudades y países en que viven con sus familias (o sin ellas).

Se me vino a la cabeza una pregunta: ¿y por qué les va bien? La verdad, no fui capaz de contestarme de manera sensata, pues cada caso es distinto y cada ciudad, país, trabajo, familia, etcétera, también son distintos y todas esas cosas son ingredientes de la receta que permite que les vaya bien.

Y en esas estaba, cuando se me iluminó el entendimiento y descubrí que en efecto había varias razones perfectamente identificables por mí que me permitirían explicar por qué les va bien. Déjenme les explico; a todas estas personas que conozco (y que no conozco) en todos esos países y ciudades y familias les va bien porque:

No viven pensando en el ratero o asesino que tal vez los esté esperando cuando regresen esa noche a su casa; no piensan en el posible violador o secuestrador que los atacará o atacará a alguien en su familia.

No están preocupados cuando se quedan a trabajar tarde o cuando tienen que idear un nuevo sistema o proceso (o lo que sea) y saben que su esposa o esposo, o su hija o su hijo, o alguien a quien quieren o por quien se preocupan, está afuera, en la calle, en el terrible peligro de nuestras ciudades, de nuestras carreteras, de nuestras playas, de nuestras montañas, de nuestras fronteras. Y entonces, ellos pueden crear, pueden producir, pueden progresar; mientras nosotros en lugar de producir, de crear, de progresar, nos preocupamos.

 

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No se la pasan pensando y enojándose por el político mentiroso y corrupto que se roba los recursos públicos y la impunidad con la que lo hace; no se angustia por la previsibilidad de un futuro incierto en manos de políticos indecentes y corruptos (algunos austeros y otros ostentosos, pero indecentes y corruptos todos).

No viven preocupados durante precampañas, entre campañas y durante las campañas políticas propiamente dichas que cuestan (nos cuestan) una fortuna y en las que se lanzan al aire ideas peligrosas para el futuro al desperdiciar los recursos que con tanto trabajo hemos juntado, como si se tratara de una competencia para ver quién es el más populista y mentiroso.

Estas personas a las que les va bien, no se indignan constantemente al ver a políticos profesionales que piensan que ser congruentes es estar en el partido que les garantiza vivir del presupuesto (sin importar ideología, divisa o color).

 

A TODOS nos debería ir mucho mejor; tendríamos que poder crear, que poder producir, que poder progresar. Pero con esta realidad, no podemos, porque nos la pasamos preocupados, indignados, equivocándonos constantemente (y seguramente nos equivocaremos como sociedad el próximo 1 de julio; al tiempo…)

 

Estas personas que conozco en estas ciudades y en esos países (y las que no conozco) piensan en el presente, en lo que tienen porque se lo han ganado y lo disfrutan legítimamente sin miedo a que se los arrebaten; piensan en cómo mejorar ellos y su entorno, en qué hacer para dejarles una mejor ciudad, un mejor país, un mejor mundo a sus hijos.

Piensan (y se ocupan) en aprender, en divertirse, en amar, en el sexo; y en tantas y tantas cosas buenas que a nosotros parece que se nos han olvidado, si es que alguna vez las conocimos. Y entonces, ellos pueden crear, pueden producir, pueden progresar; mientras nosotros en lugar de producir, de crear, de progresar, nos preocupamos, nos indignamos, nos equivocamos.

De acuerdo, bajo muchas mediciones y conforme a muchos estándares es posible afirmar que el país no va mal, pero podría ir mucho mejor; a todos nos podría ir mucho mejor. A TODOS nos debería ir mucho mejor; tendríamos que poder crear, que poder producir, que poder progresar. Pero con esta realidad, no podemos, porque nos la pasamos preocupados, indignados, equivocándonos constantemente (y seguramente nos equivocaremos como sociedad el próximo 1 de julio; al tiempo…).

A mí, que desde hace casi 40 años trabajo en temas relacionados con lo fiscal (y desde hace ya 35 como abogado) no solo me falta esa tranquilidad que nos falta a todos los mexicanos para trabajar, para crear, para producir y para progresar. A mí y a muchos como a mí nos falta la tranquilidad que viene de la legalidad.

 

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Desde hace muchos años es evidente que la ley es, en algunos casos, irrelevante para el SAT; la ley es en ocasiones un molesto obstáculo para el logro de las irreales metas de recaudación secundaria que se le imponen por los partidos políticos que controlan al congreso federal (cuando quieran ejemplos, se los doy de mil amores).

Si eso no fuera suficiente, acudir hoy a los tribunales administrativos se ha vuelto una decisión verdaderamente de último recurso y es prácticamente imposible esperar tener éxito cuando se litiga contra el fisco. Las decisiones de la SCJN como máximo tribunal son deplorables; el continuado afán de conceder la razón al fisco federal a toda costa, ha resquebrajado el andamiaje constitucional de derechos de los contribuyentes.

Hoy, gracias a estas decisiones, los contribuyentes no gozan (no gozamos) de la presunción de inocencia (de la que sí gozan los violadores, secuestradores y políticos corruptos), las presunciones en contra del contribuyente no admiten prueba en contrario, las garantías de equidad y proporcionalidad no son oponibles a la voraz necesidad de recursos del estado.

 

Las decisiones de la SCJN como máximo tribunal son deplorables; el continuado afán de conceder la razón al fisco federal a toda costa, ha resquebrajado el andamiaje constitucional de derechos de los contribuyentes.

 

Es decir, si los recursos se necesitan, será considerado constitucional limitar los derechos en la medida de esa necesidad; dicho de otra manera, hoy los derechos de los contribuyentes son tales, efectivamente, solamente en la medida de que no se opongan a una medida recaudatoria (y de nuevo, a sus órdenes para revisar las numerosas tesis recientes de nuestro máximo tribunal en esta materia, el foro y con la o las personas que gusten).[3]

Cómo entonces atreverse a recomendar a una persona un determinado curso de acción por más legal y válido que sea, si va en contra del interés del fisco (es decir, si se pagarán menos impuestos); cómo asesorar a alguien sobre la interpretación de la ley, por convencidos que estemos de la corrección de dicha interpretación si sabemos que no hay forma de que los tribunales nos den la razón al llegar el conflicto.

Cómo encaminar a una persona, a una familia, a una empresa en el camino de la creación, producción y eficiencia, cuando sabemos que en ese camino, a lo mejor no hay un secuestrador o un ratero a la vuelta de la esquina, pero sí hay una autoridad fiscal que, tenga o no la razón, tratará de cobrar a toda costa y en ese afán será cobijada por los tribunales.

Al menos en mi caso, si no restauramos el Estado de Derecho (así, con mayúsculas), si no aseguramos el cumplimiento y por ende la protección que deriva de la correcta aplicación de la ley. Si no logramos que los tribunales, especialmente la SCJN, hagan su trabajo como es debido, siendo un contrapeso efectivo contra la actividad desmedida, autoritaria o abiertamente ilegal del ejecutivo cuando así suceda, si no hacemos todo esto, nos seguirá faltando esa tranquilidad, esa certeza que necesitamos para crear, para producir, para progresar.

 

 

[1] Esta frase resume mi inspiración de cuando comencé a escribir en Twitter y la mantengo como una divisa.

[2] Gracias a Arena Pública por recibirme de nuevo después de tantos meses de inactividad; estoy al igual que muchos muy preocupado y muy enojado, tanto que a riesgo de perder la brújula dejé de escribir por todos estos meses. Hoy reinicio esta actividad, escribiendo precisamente de esta preocupación y enojo; espero su comprensión y sus comentario a mi texto que les dejo, de la mejor buena fe y con la esperanza de no equivocarme.

[3] En futuras entregas me ocuparé de muchas de estas decisiones y sus consecuencias.

 

* Manuel Tron, abogado

@metron01

Manuel E. Tron Manuel E. Tron Presidente Honorario de la International Fiscal Association (IFA)