Acapulco en agonía

No se trata solo de gastar millones en publicidad o de construir más infraestructura para rescatar al puerto, lo que ocurre es un asunto de abierta corrupción, de una ciudad sin ley.
11 Julio, 2017
El Observador

Acapulco está en agonía.

La bella bahía del pacífico mexicano que por décadas ha inspirado a cineastas, escritores, compositores y atraído a millones de turistas de todo el mundo, se hunde en un pantano de violencia producto de las complicidades y de la corrupción de sus políticos y gobernantes. De la ausencia de ley.

Lo que alguna vez fue la joya turística del país para el mundo, solo quedan lejanos recuerdos porque los criminales se la robaron en complicidad con alcaldes, jefes de polícia y gobernadores. Acapulco es un fantasma del turismo internacional.

Por lo menos 150 empresarios o comerciantes de Acapulco fueron asesinados por los criminales en el último año y medio y 1,800 negocios han cerrado solo en este año en el puerto debido a la violencia e inseguridad que se vive.

La extorsión y el secuestro son los delitos más comunes y muchos de ellos terminan en asesinatos, le dijo a la prensa el empresario Alejandro Martínez, dirigente de la Federación de Cámaras de Comercio de Guerrero.

 

 Acapulco es una de las ciudades más violentas del mundo con una tasa de 113 homicidios por cada 100 mil habitantes.

 

Las cifras son contundentes. En 2016 los homicidios llegaron a 918 haciendo de Acapulco una de las ciudades más violentas del mundo con una tasa de 113 homicidios por cada 100 mil habitantes, muy por encima de ciudades altamente violentas como San Pedro Sula, en Honduras; o San Salvador, la capital de El Salvador.

En Acapulco la tasa de homicidios es seis veces mayor que el promedio nacional según publicó la revista británica The Economist en abril pasado.

Y las tendencias muestran que la violencia en Acapulco no se revertirá, no por ahora. Y es que el número de homicidios en el puerto sigue imparable al igual que en todo el estado de Guerrero, que gobierna Héctor Astudillo Flores, y va rumbo a superar los asesinatos registrados el año anterior trayendo a la memoria los fatídicos años en los que gobernó Ángel Aguirre Rivero.

 

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Mayo había sido uno de los meses más violentos que se recuerden en Acapulco con 78 homicidios dolosos, sumando 347 en los primeros cinco meses del año, según las cifras del Consejo Nacional de Seguridad Pública sobre el municipio que encabeza Evodio Velásquez Aguirre, un alcalde advenedizo y fuertemente cuestionado.

Pero para los criminales y para la impunidad no fueron suficientes el repunte de los crímenes cometidos en mayo. EL UNIVERSAL publicó el 30 de junio que para el sexto mes de este año los asesinatos en Acapulco habían rebasado los 460. Una barbaridad.

Y el dato aún no incluía los 28 asesinatos en la cárcel de Acapulco durante el motín del 6 de julio, ni tampoco los homicidios ocurridos en la primera semana del mes que sumaron más de una docena según los medios locales.

La descomposición que vive Acapulco es descomunal. Ante ello los intentos por revivir el agónico esplendor del destino turístico saben a ingenuidad en el mejor de los casos, o a una brutal insensibilidad de sus gobernantes locales tan repugnante como los crímenes que a diario se cometen en sus calles, plazas y playas.

 

El gobierno de Héctor Astudillo Flores esta a punto de superar los asesinatos registrados en Acapulco en años anteriores. 

 

Se busca acallar la violencia que amamanta la impunidad atrayendo festivales, torneos deportivos o eventos privados hacia un rincón de la zona diamante, un espacio de no más de 6 kilómetros rumbo al aeropuerto, mientras que en el resto del puerto la zozobra acecha a los visitantes.

No se trata solo de gastar millones en entusiastas programas publicitarios de solidaridad turística con Acapulco o de anunciar obras de infraestructura para rescatar al puerto.

Lo que allí ocurre, y todo mundo lo sabe, es un asunto de abierta corrupción, de una ciudad sin ley, de complicidades policiacas y políticas con las organizaciones criminales que se han apoderado de Acapulco.

La economía de la bahía mas hermosa del país ha ido a menos a pesar de que los miles de visitantes de la Ciudad de México han ‘normalizado’ la violencia de Guerrero y siguen llenando las playas del puerto en días de asueto como los de la semana santa y diciembre.

 

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Pero no se puede esconder que mientras en el país el número de turistas, nacionales y extranjeros, sigue creciendo año con año, en Acapulco no. Es notable el desplome en el número de turistas extranjeros y que solo representan el 2.6% del total de turistas que llegan a Acapulco. En 2008 los visitantes extranjeros aún eran 7.3% del total.

Por eso no sorprende que los resultados económicos de Guerrero estén en picada. De ocho indicadores económicos relevantes medidos por la organización “México ¿Cómo vamos?”, siete estaban en situación no favorable (semáforo rojo) para el primer trimestre de este año.

El crecimiento económico, la generación de empleos, la productividad, la pobreza, la informalidad, la desigualdad y el empleo en el gobierno no entregan buenas cuentas. Ni en Guerrero, ni en Acapulco su municipio más famoso.

No es el único factor, pero sí uno que aglutina a los demás. La violencia de la última década en Acapulco ha puesto contra la pared a la economía local y a sus pobladores y no hay ningún indicio que esto se vaya a revertir en los próximos meses.

No mientras que la ley esté ausente, mientras que la impunidad frente al delito sea la norma, mientras que la descomposición política en el estado continúe fortalecido por las dirigencias nacionales en un juego perverso.

‘Normalizar’ la retahíla de asesinatos que quedan impunes en la bahía es darle la estocada a un Acapulco que se desangra. Que está en agonía.

 

Twitter: @SamuelGarciaCOM

Correo: samuel@arenapublica.com

Samuel García Samuel García Es economista y periodista económico. Es fundador y director de Arena Pública. Fundó y dirigió El Semanario de Negocios y Economía. Fue director editorial de Negocios del Grupo Reforma y del diario El Universal. Director fundador de Infosel. Fue profesor de la Maestría en Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE y Coordinador-profesor del Diplomado en Periodismo Económico de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Columnista y comentarista en diversos medios de comunicación en México.