Una crisis acotada de deuda que puede explotar

Sin jurar el cargo como Presidente, López Obrador regaló una oportunidad de negocio a inversionistas probablemente aposentados en Nueva York o Londres.
5 Diciembre, 2018
López Obrador en un mensaje sobre la decisión de cancelar el NAICM el 30 de octubre pasado (Foto: @lopezobrador.org.mx)
López Obrador en un mensaje sobre la decisión de cancelar el NAICM el 30 de octubre pasado (Foto: @lopezobrador.org.mx)
Econokafka

Crisis de deuda. Es acotada, pero real.

La cancelación de Texcoco tendrá muchas secuelas, y costos que tomará años determinar, pero uno inmediato es el problema que ahora se enfrenta con los bonos emitidos para financiar el nuevo aeropuerto. Como todo lo relacionado con el abortado proyecto, una ironía es que pudo haberse evitado fácilmente.

Andrés Manuel López Obrador administró a su gobierno un formidable balazo en el pie desde el 29 de octubre, producto de lo que solo puede clasificarse como un capricho personal mal disfrazado de decisión política.

El arranque de una administración que tiene como pilar central “por el bienestar de todos, primero los pobres” quedará marcado en la historia por buscar satisfacer a tenedores de bonos internacionales, incluyendo fondos especulativos de deuda (mal denominados “fondos buitre”). Sus estrategas vieron que el entonces Presidente electo les presentaba una oportunidad de ganancia en bandeja.

Compraron bonos cuyo precio se desplomó por la decisión, listos para activar toda alternativa legal que les permitiera reclamar un pago inmediato y a valor nominal (sin descuento). Y una de esas alternativas es la cancelación de un proyecto explícitamente atado a esos instrumentos. Sin jurar el cargo como Presidente, López Obrador regaló una oportunidad de negocio a inversionistas probablemente aposentados en Nueva York o Londres.

Todo esto implica una paradoja: un gobierno que va a cancelar Texcoco, pero está obligado a seguir con los trabajos como si nada pasara. Un Presidente obligado legalmente a decir que no tiene información, o argumentando que respetará a los inversionistas. Y, lo peor, una oferta de emergencia para tratar de recomprar los bonos suficientes para evitar dificultades legales y poder alterar las cláusulas que establecen que flujos de ingresos provenientes de Texcoco, obviamente no de Santa Lucía, serán la fuente de recursos para cubrir futuros pagos.

 

Sin jurar el cargo como Presidente, López Obrador regaló una oportunidad de negocio a inversionistas probablemente aposentados en Nueva York o Londres.

 

Esos sofisticados bonistas no pueden ser tratados como proveedores de una fábrica por el que funge de gerente. El cambio de condiciones que demanda el gobierno a cambio de la recompra (y que reduciría su poder de negociación) fue rechazado el 5 de diciembre por un grupo que dice tener mayoría en una de las cuatro series de bonos.

Probablemente todo se solucione con el gobierno acordando comprar la deuda a un precio más elevado, con cargo finalmente a los contribuyentes mexicanos. Si realmente tiene mayoría, ese grupo de bonistas tiene la sartén por el mango.

La obvia novatez, el despliegue de autoritarismo dada la ausencia de cualquier justificación técnica para la decisión, y la evidente demagogia (argumentar un mandato popular por una “consulta” que fue una farsa democrática) provocaron la incertidumbre.

Inversionistas internacionales estaban acostumbrados a ver a México como un país con un gobierno serio y confiable. Ya no. El actual secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, pasó los largos meses de transición tratando de convencer a fondos de inversión sobre la seriedad de López Obrador.

 

La obvia novatez, el despliegue de autoritarismo dada la ausencia de cualquier justificación técnica para la decisión, y la evidente demagogia (argumentar un mandato popular por una “consulta” que fue una farsa democrática) provocaron la incertidumbre.

 

Es de suponerse que en sus próximos viajes a Nueva York no tendrá la misma credibilidad. Las numerosas promesas del Presidente sobre dar seguridad a las inversiones tienen la misma fuerza que las de alguien que descaradamente mintió y que ahora asegura hablar con la verdad.

El escenario extremo es uno en que el gobierno mexicano no pueda alterar las condiciones de los bonos, o enfrente otros obstáculos legales, y de todas formas (para mostrar quién manda) cancele formalmente Texcoco. Sería el primer default (impago) desde agosto de 1982, y el primero de bonos en casi un siglo.

 

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La contaminación al resto de la deuda, sobre todo del Gobierno Federal y Pemex, ya empezó, con mayores rendimientos en los mercados (esto es, implicando menor precio y mayor riesgo). Eso no sería nada al lado de una degradación crediticia por parte de agencias calificadoras, que podría traer incluso una venta masiva de papel mexicano en los mercados internacionales de capital.

Un problema de los políticos autoritarios es que no comprenden los límites que imponen la economía y las finanzas. La película de los bonos seguirá proyectándose, al menos por varias semanas. Lo único que ahora queda por desear no es un final feliz, eso ya no es posible, sino evitar una tragedia. Que una crisis de deuda acotada no explote.

 

* Texto actualizado a las 14:48 hrs.

@econokafka

Sergio Negrete Cárdenas Sergio Negrete Cárdenas Doctor en Economía por la Universidad de Essex, Reino Unido. Licenciado en Economía por el ITAM. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Profesor-Investigador en el ITESO. Fue funcionario en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Gobierno de México.