Un Filósofo en la Arena: para hablar de toros que hablen las vacas

1 Febrero, 2019
Cinetlán

Hoy llega a salas Un Filósofo en la Arena de Jesús Muñoz y Aarón Fernández, trata el espinoso tema de la llamada “tauromaquia” que significa la “magia taurina”. Pero ¿realmente hay magia? ¿la tortura y muerte del toro de lidia en el ruedo puede ser considerado un arte? ¿Es compatible la lucha contemporánea por el bienestar animal con la llamada “fiesta” brava?

Por supuesto la respuesta a estas preguntas depende de a quién le preguntes. Yo pienso que hay que preguntarle al toro. Pero también a las vacas... aunque las vacas si hablan en este documental.  

Pude ver esta película gracias al portal churrosypalomitas.com (Gracias Dan Campos) en la sala Ocho de nuestra amada Cineteca Nacional, con presencia de los realizadores y del filósofo francés Francis Wolff. 

Según los realizadores villamelones, que no son aficionados a la “fiesta”, ni siquiera después de convivir algunos años con Francis, se plantearon que la película tuviera una carga neutra, que no fuera un panfleto ni a favor ni en contra del asunto taurino. Al iniciar la investigación se toparon con el libro de Francis Wolff Filosofía de las corridas de toros (Bellaterra, 2013), se pusieron en contacto con el filósofo y eso decidió el curso del documental. El filósofo es la estrella de la película, un hombre con una notable trayectoria profesional, académica y editorial. 

Es un documental serio, erudito, que plasma las ideas de Francis Wolff en torno a la tauromaquia. Y por lo tanto es una película que tiene la perspectiva de la pasión genuina y legítima por las corridas de toros. Lo que era inevitable, si el punto de vista parte del amante de los toros, es obvio que la película se impregna de ese punto de vista. Pero no es frívolo ni superficial. Si algo hace muy bien el documental es mostrar la densidad cultural y emocional de la fiesta brava. En otras palabras, que mejor que para hablar de toros que hablen las vacas. 

Las vacas sagradas por supuesto, y esta sacralidad tiene voces como las del mismo Francis Wolff, pero también están Mario Vargas Llosa, Juan Ramón de la Fuente, Eduardo Matos Moctezuma, José Cueli, Catherine Millet, Claude Lanzman -que además de genio cinematográfico, fue pareja de Simone de Beavoir, super aficionada a la fiesta brava- y un largo etcétera. El documental es muy intelectual, pero profundo. No es un panfleto. 

Se puede (y se debe) estar muy en contra de la tortura del toro en el ruedo pero no se puede negar la importancia cultural de la tauromaquia en nuestras sociedades. Negarla es ingenuo. En México comunidades enteras viven de la fiesta brava, no solo la crianza de toros, sino fiestas religiosas, ferias emblemáticas de muchas regiones, que tienen como centro o corona de sus celebraciones la fiesta taurina.

Basta con visitar las Haciendas de Tlaxcala, la mayoría dedicadas a la crianza de ganado taurino, para notar la gran relevancia histórica, social y cultural de este ritual de sangre. La bellísima e imponente Feria de Huamantla por ejemplo, Pueblo Mágico, en cuyo corazón está la corrida de toros.

Quitarle eso a Huamantla sería como quitarle su identidad. Bien reconoció Francis a una pregunta del público que la Fiesta en México tiene esta particularidad social, popular. Y la verdad hay que salir de la Condesa y de la Ciudad de México para conocer la realidad de la fiesta donde se vive con más pasión.

Los animalistas aparecen en ciertos shots, breves; en sus protestas afuera de las plazas, en el stock del parlamento catalán, de la Cataluña española, donde se prohibió la “fiesta” por mayoría de votos. Y es ahí donde le dan voz en escasos minutos a algunos opositores a la “fiesta”, donde se plantea el tema del sufrimiento animal, y de la naturaleza cruel de la fiesta. Son momentos muy breves pero al menos se le da voz a esas posiciones.

Y aún más, el filósofo está seguro que ellos van a ganar. Que la fiesta muere y morirá. Esa es la impresión europea al menos. En México yo lo veo muy difícil. 

La Sala Ocho de la Cineteca Nacional a Dos Tercios, en sombra, predominaron los taurinos y en la interacción con el público, abundante en zalamerías, adopté la posición de abogado del diablo y le pregunté al filósofo su opinión sobre la lucha legítima por los derechos de los animales. 

No cree en los derechos de los animales, es decir, que los animales sean sujetos de derecho, pero es un apasionado promotor del bienestar animal. Según Wolff los seres humanos tenemos diferentes deberes (obligaciones) hacía los animales, dependiendo de la situación del animal, es diferente si es de compañía, doméstico y/o salvaje.

Cada una de estas relaciones tiene implicaciones éticas de las que el ser humano debe hacerse responsable. Abomina, por ejemplo la cosificación animal, que este termine siendo una cosa, en un supermercado, para la voraz sociedad de consumo. Desde esta perspectiva considera más cruel la industrialización que el coso taurino. Esto se muestra muy bien en el documental.

Una respuesta interesante: se puede ser taurino y estar preocupado por el bienestar animal. ¿Por qué no? Una ambigüedad legítima pero que puede coexistir. A esta pregunta el realizador Jesús Muñoz, un tanto molesto, respondió que nos preocupan más los animales que los migrantes (yo creo que ambas cosas son importantes y sus luchas no se excluyen), pero luego dijo algo interesante, que la minoría taurina tiene derecho a existir y que quizá le venga bien asumirse como tal, como una minoría que busca que se le reconozcan derechos. 

En mi opinión, aunque nadie me la ha pedido, esa debe ser la solución social a la que se debe llegar en el caso del Palenque y de la Fiesta Brava, su pervivencia y convivencia en un mundo genuinamente ocupado y jurídicamente responsable por el bienestar animal. Una decisión diplomática pero justa a mi parecer. 

Quizá lo más valioso de Un Filosofo en la Arena sea poner a discusión de la comunidad global esta contradicción manifiesta entre una lucha por el bienestar animal y el respeto a la identidad cultural, a los usos y costumbres regionales, en pugna por la pervivencia de una pasión legítima, humana. Y por supuesto para opinar a favor o en contra hay que verla. 

ADENDA

Hace siete años diseñé un proyecto, en una idea original del productor Manuel Herrerías (Hermano de Rafael Herrerías) una serie de televisión llamada Haciendas de México. El año pasado con la coproducción de Polux empresa productora de Jesús Tapia, un señorón de la televisión informativa y cultural mexicana, se produjo la serie para el Canal 14, para SPR (Sistema Público de Radiodifusión).

Coescribí los guiones de la serie con el guionista Juan Carlos Alzas (otro señorón), con quién recorrimos varias haciendas de Tlaxcala, Puebla e Hidalgo. Todos ellos super taurinos y felices porque muchas haciendas tenían gran historia taurina, aunque eso no va a salir en los programas. Uno de los guiones que yo escribí fue sobre la hacienda de Atlangatepec.

Ahí descubrimos una historia inverosímil, pero documentada: la historia del toro Sancho y Josefina. La redacte de esta manera: 

“En una dehesa de la hacienda  de Atlangatepec, un becerro recién nacido bramaba a los pies de su madre, muerta al dar a luz. El hacendado ordenó el sacrificio del becerro pues en esa situación estos animales no sobreviven, pero su hija mayor Josefina, lo impidió decidida a demostrar que el becerro podía sobrevivir. Lo bautizó como Sancho, y lo alimentó con biberones.

El becerro no solo sobrevivió sino que creció como cualquier toro bravo. Pero entre Sancho y Josefina surgió una relación de amor fraternal. Cuando Josefina visitaba el potrero Sancho no solo se acercaba a ella dócilmente, también la seguía por todas partes como si fuera un perro de compañía.

Sancho entraba a la Casa Grande, subía la escalera hasta la habitación de Josefina. Con el tiempo Sancho se transformó en un inmenso toro de lidia, ante cualquier persona que no fuera Josefina se comportaba con fiereza. A su padre no le hacía gracia. La gente le temía.

Cuando se liberaba del potrero para seguir a Josefina el mundo entero tenía que ocultarse. Un buen día el padre, ganadero al fin, vendió a Sancho para una corrida en Orizaba, Veracruz. La corrida causo gran expectativa porque la historia de Sancho trascendió en la prensa.

Incluso la prensa taurina de la Ciudad de México se desplazó a Orizaba, pues la lidia de Sancho era un gran suceso. Periodistas como Pepe Alameda y Paco Malgesto se presentaron en el ruedo Veracruzano. Josefina no paraba de suplicar que liberaran a Sancho de la corrida. Pero no pudo hacer nada para evitarla.

Sin resignarse a perder a Sancho, Josefina vio la corrida desde el burladero. Según las crónicas de prensa Sancho hizo una gran corrida, se mostro bravo frente al caballo, y noble frente al capote del Vizcaíno. Antes de que el torero culminará la faena, Josefina llamó a Sancho para despedirse de él.

Sancho acudió al llamado y Josefina pudo acariciar su testuz. Esto conmovió al público, que conocía la historia por la prensa, el respetable saco el pañuelo blanco y pidió con ello, al juez de plaza el indulto del toro y fue concedido. Josefina, volvió con Sancho a la Hacienda de Atlanga.”

Esa es la historia real, en la Hacienda hay una pared completa con viejas fotografías que atestiguan la realidad de todo los hechos que estoy relatando. Es una historia fantástica. Pero ahí no termina.

La guerra mundial había concluido, la guerra fría había iniciado, y Estados Unidos sufrió uno de los periodos más oscuros de su historia: el Macartismo. Llamado así por el senador Joseph McCarthy, que dirigía un comité del senado de Actividades Antiamericanas cuya misión era erradicar el comunismo.

En 1947 McCarthy llevo a tribunales a 19 grandes artistas de Hollywood, la gran mayoría eran guionistas, entre ellos estaba el quizá mejor guionista de la historia del cine americano, Dalton Trumbo. De los 19 personajes que cito la comisión, 10 se negaron a declarar, entre ellos Trumbo, se les pedía que delataran a sus conocidos comunistas.

Los llamados Diez Grandes, se acogieron a la primera enmienda que garantiza el derecho a la libre expresión, pero fueron acusados de desacato y terminaron en la cárcel. Trumbo pagó una condena de 11 meses. Había sido registrado en una llamada lista negra, y nadie en Hollywood, ni en Estados Unidos podía darle trabajo.

En los años cincuenta, Trumbo decidió emigrar con su familia a México, con la idea de trabajar en la industria mexicana. Pero en ese momento era imposible si no se pertenecía al Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica, STPC, el Sindicato no admitía nuevos miembros desde 1949.

Pero Trumbo era extraordinariamente talentoso, los empresarios se aprovecharon de su desgracia y le daban trabajos de escritura que no podía firmar, con bajo sueldo. Era todo lo que tenía y entonces ocurrió algo extraordinario: Trumbo visitó la hacienda de Atlangatepec y conoció de primera mano la historia de Josefina y Sancho. De inmediato supo que se había encontrado con una gran historia, digna de llevar a la pantalla.

Trumbo escribió el guion por placer, al terminarlo lo iba a ofrecer a sus amigos. Hizo cambios a la historia original, en vez de Josefina, puso de protagonista a un niño. El guion se vendió rápidamente, forzado a firmar con el pseudónimo de Robert Rich. La película se llamó The Brave One, en México la titularon El niño y el toro.

En esta película actúa Elsa Cárdenas, y el torero Fermín Rivera. La película fue un éxito de taquilla. Pero además fue nominada al Oscar como mejor Guión Original. En la entrega de los famosos premios de 1957, cuando los conductores dieron como ganador a Robert Rich, nadie subió a recoger el premio.

Trumbo estaba viendo los Oscares por televisión, como millones de personas. Pero su autoría era un secreto a voces. En 1975, antes de que Dalton Trumbo muriera, la Academia reconoció su autoría. Y así fue como la historia de Josefina y Sancho ganó un Óscar. Creo que Josefina vive todavía.

La hacienda de Atlanga puede visitarse hoy día, un arcón de historia, un ejemplo de evolución de las viejas encomiendas a las haciendas virreinales y luego porfirianas, llenas de historia. Y si es aficionado, de historia taurina. 

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.