Mis huellas a casa: Memorias de un cinecanófilo

21 Enero, 2019
¿Qué pasa cuando los perros toman la pantalla para ser los protagonistas?
¿Qué pasa cuando los perros toman la pantalla para ser los protagonistas?
Cinetlán

Vi la película A Dog’s way home (Mis huellas a casa) de Charles Martin Smith. Me pondré en tono perro para hablar de esta película y voy a marcar el territorio si me lo permiten… listo. ¿Qué hice? Pues usen su imaginación.

¿En qué pensaron? Por supuesto en que dividí las películas más memorables que recuerdo de perritos de aquellas que uno debería olvidar para que no ocupen espacio sináptico. Así marque mi territorio fílmico si me permiten la expresión. Les juro que no se usó ni una gotita de orín. Ni la gota traidora siquiera.  

El animal más cinematográfico es por supuesto el caballo, pero después de los equinos, no cabe duda que el segundo lugar lo tienen los cánidos.

Los perros han acompañado las películas desde siempre. Desde Pete, el cachorro, el famoso perro de la entrañable pandilla de Hal Roach, pasando por el inmortal Lassie ¿Qué sería de películas como Amores perros (Iñarritu, 2000) o Yojimbo (Kurosawa, 1961) o Summer of Sam (Spike Lee, 1999) o Post Tenebras Lux (Reygadas, 2017) o incluso Trading Place (1983) sin sus muy memorables escenas caninas?  

En uno de mis westerns favoritos Death Hunt (1981) con Charles Bronson y Lee Marvin, una peli que desborda testosterona, el conflicto inicia cuando Albert Johnson (Bronson) rescata a unos pobres perritos aspirantes a suadero, de una horripilante y sanguinaria muerte en el ruedo de las peleas caninas. Devuelve así a los perros su integridad perruna, ganándose el odio de un feroz pero bastante estúpido vaquero. El rescate de un par de perritos costará no menos de unas cincuenta vidas humanas, pero allá en el lejano Oeste la vida no vale nada.

En la no menos excepcional película de los Coen Brothers, The Ballad of Buster Scruggs, un perrito es sentenciado a muerte por ladrón… o sea por ladrar demasiado, pero el astuto can escapa de la muerte con mejor suerte que su propietaria. Perros por aquí, perros por allá, perros por acullá.

¿Pero qué pasa cuando los perros toman la pantalla para ser los protagonistas? Bueno, tenemos perrículas o canofilms a las que mis hijas son muy muy adictas y pues yo también. La verdad.   

Pero en este texto me pongo cascarrabias. Es un texto de añoranza del pasado, de esos que dicen “antes era mejor que ahora”, y esto por culpa de Mis huellas a casa. Primero decir que ya he visto esa película antes, no sé cuántas veces. Es una trama muy manida. Segundo decir que la estructura de la manipulación emocional es demasiado explícita para mi gusto. Uno que se deja.  

 

Ya he visto esa película antes, no sé cuántas veces. Es una trama muy manida.

 

Soy un cinéfilo viejo y al final de mi infancia gocé infinitamente una película de Disney llamada Benji, the Hunted (en español Benji, el perseguido). Desde que la vi en el cine, cuando se estrenó en 1987 no he vuelto a verla, pero sí recuerdo perfectamente que me pareció maravillosa película. Benji era un espléndido actor. Si dieran Oscares caninos, Benji hubiera sido una super estrella pero tuvo que conformarse con unas croquetas y un corte de pelo. No miento al decir que quizá es una de las más logradas películas caninas de la historia del cine, técnicamente.

En un detrás de cámaras me enteré, con gran frustración que no había un Benji, sino tres: se había filmado con tres perros, porque tenían diferente entrenamiento, cada uno hacía ciertas suertes caninas que el otro no. Me sentí frustrado y engañado. Sin embargo prefiero mil veces Benji, el perseguido  que la actual Mis huellas a casa por estas razones:

1) No me gusta la manipulación digital al rostro de los animales, Benji expresaba todo tipo de emociones sin necesidad de modelar sus cejas y su hocico. Se ve tan poco natural que me crea antipatía.

2) Odio que hablen los perros. Benji, el perseguido es una perfecta película muda, Benji no necesitaba hablar, lo decía todo con sus acciones, porque además en una película de perros los diálogos son innecesarios… porque los perros no hablan. Lamento decírselos muchachos. ¡Que no hablan Cervantes, lo siento!1

Así que no me gusta esta estética digital en las películas de perros, ni la voz narrativa humana. Tampoco concuerdo en la humanización del perro, porque muchos problemas que tenemos con los perros surgen precisamente de este malentendido, nos lo ha enseñado muy bien César Millán: al perro lo que es del perro y a Dios lo que es de Dios.  

La verdad yo también adoro estas películas, con mis hijas he visto de todo, desde grandes obras maestras como Hachiko: A Dog’s Tale (la verdad nunca he llorado tanto con una película) o Eight Below, en español Rescate en la Antártida, (que me remite a otra película que adoro, de verdad adoro muchísimo que se llama Never Cry Wolf de 1983, también de Disney, en México se llamó Los lobos no lloran y que vi no menos de 15 veces, aunque esta es de lobos) películas magníficas, impecables.

También me parecen estupendas películas Turner & Hooch, en español Socios y sabuesos con gran papel de Tom Hanks y del Dogo de Burdeos Beasley, en un magnífico tête à tête; o Marley & Me donde Owen Wilson alterna con Jonah, Rudy y Clyde que interpretan a Marley.

El cine de arte no ha estado exento de la pasión canofilia y nos ha traído excelentes filmes como Feher Isten en español Hagen y yo, donde los perros declaran la guerra a la raza humana e inician un negocio de suadero humano… y hacen bien. Aunque no está en la película, quizá al pobre Hagen lo pusieron a ver obsesivamente Cujo (1981) o The Doberman Gang (1972) al estilo de adoctrinamiento de Alex en la Naranja Mecánica… ahora que lo pienso esa escena si está en los Simpsons, cuando el Sr. Burns trata de transformar a Ayudante de Santa en un perro feroz.  Pues así Hagen, interpretado por Body y Luke, perros mestizos. Lo que unifica este gran universo de películas caninas es que los perros actúan como perros, y no como humanos, no hablan, no hacen caras de ternura, etcétera, etcétera.

Pero también se halla el corpus de mega churros que todos aman (o amamos) locamente como los Beethoven; Los Beverly Hills Chihuahua; el Hotel Para Perros; etcétera.

Quizá habría que incluir en este universo Mis huellas a casa, que aunque arranca lagrimones del respetable no aporta realmente nada, es un refrito de refritos, con todos los defectos técnicos que he señalado. Ojalá volvamos a los tiempos en que los animales actuaban como animales, naturalmente y sin modificaciones digitales. Ojalá. Así que pues… guau.

Ya ven, ya hasta hablo perro. En tu cara Dory.

 

ADENDA  

Siempre me llamó mucho la atención que los espectadores sean más sensibles a la muerte o tortura de animales en las películas, que a las vidas humanas. La gente puede ver cine espantoso cine gore comiendo palomitas, masacres y todo tipo de homicidios colectivos y hasta genocidios sin parpadear, pero no le pongas una escena donde le cortan la pata a un patito con unas tijeras porque se les retuerce el corazón.

Tengo una buena anécdota. Hace muchos muchos años, en casa de mi novia pasaron por televisión The last survivors (1975) con Martin Sheen, un remake de televisión del gran clásico Seven Waves Away (1957) de Richard Sale con Tyrone Power. Es un buen guion y una película muy cruda. Resulta que un enorme barco naufraga y al principio de la película hay centenares de muertes, ahogados, etc. Además de la tormenta, el mar esta lleno de tiburones y en fin. Es muy impresionante y siniestro. En uno de los botes salvavidas se aferran a la vida 26 individuos, pero el bote en sí tiene poca capacidad, la mayoría de los sobrevivientes van aferrados al bote sujetándose de sus orillas, pero con el cuerpo en el mar. En medio de la tormenta el peso de los que toman el bote puede hundirlo y el oficial que está al mando del bote suelta a todos los pobres aferrados a los abismos marinos. Los pobres tiburones deben haber terminado ese día con indigestión.

Pero no es suficiente esta medida todavía hay demasiado peso en el bote, habrá que echar al mar a algunos de los que están arriba. Uno de los ocupantes del bote es un perro, un pastor alemán en esta versión. Si el oficial ya había echado al mar a media humanidad que se podía esperar el perro, así que sin ningún escrúpulo dice agua va. La imagen es la de un buen perro arrojado a la tempestad en alta mar. Estas tomas son muy buenas porque el director nos muestra como se aleja muy lentamente el bote del perro que nada febrilmente en un oleaje alto. En ese momento mi novia empezó a llorar como Magdalena, yo sorprendido le pregunté que por qué lloraba: “por el perrito” me dijo. Le escurrían sendos lagrimones. “Pero han muerto cientos de personas en la película, y fulano y sutano y mengano, y el niño, etcétera, etcétera”. “El perrito” respondía y seguía llorando. Que rara es la humanidad.    

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.